Había una vez una
profesora que presentó a sus alumnos a un concurso escolar (los
concursos escolares sirven para que los alumnos pongan en juego sus
conocimientos y habilidades. Es bueno que los chicos participen
porque es algo que les motiva positivamente, les prepara para ser
competitivos y les anima a superarse).
Pues bien, como decía,
había una vez una profesora y varios grupos de alumnos a su cargo
participando en un concurso nacional. Y he aquí que dos de los
grupos que se habían presentado con esta profesora pasaron a la
semifinal.
La semifinal se
celebraría en la capital de Reino, así que ilusionados, empezaron
a pensar cómo ir allí para participar y competir son otros grupos
de todo el Reino. Hicieron sus cuentas. Necesitaban pagarse el bus de
ida y vuelta y una o dos noches de hotel. Una en el caso de que no
superaran la fase de semifinales. Y dos, en el caso de que quedaran
finalistas. Buscaron un hotel que no fuera muy caro y, echando
cuentas, descubrieron que necesitaban alrededor de 150 euros cada
uno.
¿Cómo los conseguirían?
Ellos no tenían ese dinero y sus familias difícilmente podrían
ayudarles. Lo más lógico, pensaron, es que si van en representación
del Centro, este costeara los gastos del viaje.
La profesora, ilusionada,
fue a comunicarlo al director del Centro. Al fin y al cabo, los
alumnos que habían conseguido llegar hasta la semifinal eran motivo
de orgullo para todos sus compañeros y además representarían al
Centro en tal ocasión. Por ello estaban seguros de que se merecían
el apoyo de su instituto.
Pero una nube gris
plagada de insensibilidad y desprecio se cernía sobre ellos.
El director comunicó a
la profesora que no les iba ayudar económicamente, aunque los chicos
fueran a representar al Instituto en aquel concurso. Y pidió a la
profesora que les enviara a los alumnos “para ver si podía hacer
algo por ellos”. Los alumnos se acercaron al despacho y salieron
poco después. La propuesta de ayuda consistía en que el Centro le
podía prestar el dinero, pero ellos tendrían que devolverlo antes
de fin de curso.
Oh, qué decepción. En
otro instituto de la ciudad había otro grupo de alumnos que iba a ir
también a la semifinal. Pero estos otros recibieron el apoyo, no
sólo moral, de su centro y podrían ir a la capital, sin tener que
invertir su propio peculio.
Los alumnos estaban
tristes y decepcionados. Y los chicos no pudieron competir en aquel
concurso en la capital de Reino. Y los chicos no pudieron saber nunca
hasta dónde podrían haber llegado, ni si eran tan buenos como para
merecer uno de los premios ganadores. Y los chicos gustaron
amargamente de su pequeña gran victoria.
La profesora estaba
decepcionada y triste. Y la profesora se quedó pensando si merecía
la pena animar a sus alumnos a participar en otras actividades. Y lo
meditó largo tiempo. Y de tanto meditar entristecida se fue quedando
delgada, muy delgada. Y al pasar el tiempo se quedó tan delgada que
se desdibujó su figura. Y ya nadie recordaría cuánto había hecho
por sus alumnos, cuánto había luchado por ellos, ni tampoco aquel
día en que les negaron la posibilidad de participar en una actividad
que habría llenado de orgullo a los alumnos, sus familias, sus
profesores y su centro.
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